Reseña Película: I Come in Peace (1990)

Tïtulo original: I Come in Peace
Año: 1990
Director: Craig R. Baxley
Guión: Jonathan Tydor, David Koepp
Con: Dolph Lundgren, Brian Benben, Betsy Brantley, Matthias Hues, Michael J. Pollard
Duración: 91 min.
Grado: C
Reseña: Hugo C

¿Les ha pasado alguna vez que cuando alguien les iba contando un chiste, ustedes iban viendo venir el remate desde lejos, lento pero inexorable? Bueno, I Come in Peace (1990) es todo un tinglado armado con el único fin de preparar al público para la última frase del héroe.

Pero dejemos eso para más adelante. Eso sí, centennials: spoilers ahead.

Leo en IMDb algo así como: “Un policía renegado se ve forzado a trabajar con un agente del FBI para enfrentar a un grupo de traficantes de droga con siniestros planes.” Mmm, no sé. Los traficantes de droga aquí son relleno, básicamente un recurso argumental para que el villano tenga alguien a quien matar. Porque los buenos son tres –el detective Jack Caine (Lundgren), el agente Smith del FBI (Benben) y la forense Diane Pallone (Brantley)– y ninguno de ellos muere, ni pierde una extremidad como el tipito de How to Train Your Dragon (2010), que al final de la película ya no podrá jugar más al básquet, o a lo que sea que jueguen los personajes de esa película cuando están al pedo.

Consideremos el comienzo de la película.

Un tipo mata a un policía, le quita la placa y se hace pasar por él en el depósito de lo que uno supone que es One Police Plaza. Entrega unos papeles y le dan un maletín mediano con algunas bolsas de plástico genéricas, llenas de polvo blanco. Su complice, que también está vestido de policía –¿se habrá cargado a otro policía para quitarle la placa?– se acerca y le hace un gesto de inteligencia y trascartón deja otro maletín contra una columna. Salen, suben a un auto y si te he visto no me acuerdo. PUMBA. Gran explosión, el edificio vuela en pedazos. Son malos, son inescrupulosos, son inteligentes, como los tipos que acompañan a Hans Gruber en Die Hard (1988) pero son menos en número y más televisivos, es decir que son los típicos adversarios para un episodio medio peliagudo de Hunter, Stingray o The Equalizer. También son un poco exagerados: ¿en serio había que volar el edificio para llevarse un maletín de pacotilla con un poco de frula? Cualquier episodio de Miami Vice maneja más cantidad. Y con maletines más bonitos.

(Ya que estamos, si el nombre de Craig R. Baxley les suena, es que lo han visto en los créditos de incontables episodios de The A-Team y otras producciones de Stephen J. Cannell.) Los tipejos van a una discoteca a entregar la droga a un cliente, pero hete aquí que una vez que han llegado y se disponen a cerrar el trato, de la nada –digamos– aparece un tipo que les dispara una especie de CD-ROM teledirigido que les corta la yugular a todos. El tipo recoge el maletín y se va, feliz como una lombriz. Como una lombriz inexpresiva, digamos. (¿No lo son todas?)

Y ahora resulta que Dolph Lundgren estaba siguiendo a estos narcotraficantes desde hacía meses (léase: minutos) para echarles el guante, y justo se distrae a causa de un atraco en una licorería cercana, y cuando vuelve está todo hecho un desastre y de la frula sólo queda el recuerdo. De ahí que de aquí en más le incrusten un agente del FBI para que lo siga a sol y a sombra. Y además tiene una novia. El agente del FBI es un mequetrefe infumable, como Maxwell Smart pero sin gracia; la novia de Dolph Lundgren es sufrida y forense.

De ahí en más, vemos cómo el tipo se carga a una sucesión de personajes variopintos, desde una rubia que trabaja de mecánica sin siquiera mancharse las manos, hasta un afroamericano que limpia pero no demasiado, a un jovatón de pelo entrecano que sacó a pasear a su perrito. (Como siempre, mejor es tener un gato, que se las arregla en su caja de arena y no hay que sacarlo a mitad de la noche para que luego venga un tipo de otro planeta y nos mate.)

Pero hete aquí que el tipo primero inyecta a sus víctimas con la droga que les había quitado a los traficantes locales, y una vez están bien dadas vuelta, les extrae un juguito de la cabeza y se lo guarda como recuerdo del agradable momento compartido.

Y aquí viene la explicación del título: el tipo, cada vez que se le aparece a una potencial víctima, le dice: I come in peace, o sea, “vengo en paz”, lo que es una mentira grande como el ego de Donald Trump. ¿Ya se ven venir el final? Bueno, esperen un poquito.

Es que resulta que el tipo, que es similar a los terrícolas pero con unas lentillas de color blanco en los ojitos, es una especie de narcotraficante sideral que vende el juguito que saca de las cabecitas de sus víctimas. Pero atención, que se trata de una experiencia piloto: el tipo es el primero, y si se vuelve a Melmac con su juguito, pronto vendrán otros entrepreneurs a secarnos la cabeza y todos quedaremos como si hubiésemos visto una matinée interminable de Eternals.

No me pidan que explique cómo es que Dolph Lundgren deduce todo esto, ya que lo único que hace es dolphlungrenear de acá para allá haciéndose el que entiende algo, pero bueno, a lo mejor el extraterrestre andaba repartiendo folletos explicativos y justo me perdí esa parte cuando se me cayó el sánguche debajo de la mesa.

Ah, no, sucede que hay otro extraterrestre, pero éste es bueno, como un policía del espacio, pero tiene la ocurrencia de explotar en mil pedazos, aunque al menos le dice a Dolph Lundgren de qué va la cosa. A todo esto, los narcotraficantes humanos se creen que Dolph Lundgren, y no el extraterrestre malo, es quien les ha birlado la frula, así que de vez en cuando aparece algún mafioso y trata de pegarle unos tiros a Dolph Lundgren, tanto como para darle más color al guiso.

La cosa es que al final Dolph Lundgren se junta con el extraterrestre en una de esas fábricas en las que inexorablemente terminaban todas estas películas de los años 90, en las que hay siempre un poco de fuego y hierros y nunca se sabe qué es exactamente lo que fabrican, y se dan un par de golpes, o unos besos, o algo, y al final el bien triunfa, pero antes de asestar el tiro de gracia nuestro héroe intercambia unas últimas líneas con el simpático extraterrestre:

– I come in peace.
– And you go in pieces, asshole.

En fin. Seguramente en ese momento, nuestro héroe se habrá dicho: “Hasta esa gansada de He-Man que hice hace un par de años tenía más sentido que esta bóñiga. ¿Para esto estudié ingeniería química en la Universidad de Sidney en 1982, como bien dirá Wikipedia cuando la inventen de acá a unos años?”

Qué quieren que les diga, yo la pasé bien.

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